(Article publicat el 4 de gener del 2010 a La Vanguardia)
Aunque a primera vista parezca extraño, Catalunya y el País Valenciano se enfrentan a una disyuntiva semejante: radicalización o transversalidad. En ambas sociedades, una fuerza motora, de distinto signo, eso sí, está acelerando los acontecimientos en una espiral que llama a la reacción. La radicalización parece la única salida. Catalunya encuentra dificultades para hallarse cómoda en España y la Comunitat Valenciana se halla en situación de standby: un gobierno abollado, una oposición mayoritaria esperando que caiga el fruto maduro y generaciones enteras fuera del sistema parlamentario debido a un sistema electoral criticable. Ante este panorama, ¿hay espacio para la moderación, para la respuesta serena, para el sentido común? A mi entender, sí.
Algunos han querido ver interesadamente en la moderación signos de rendición y en el sentido común actitudes de contemporización o incluso de complicidad. A todos ellos, habría que recordarles que Estados Unidos llegó a la independencia con sentido común: en 1776, Thomas Paine escribió el opúsculo que más ayudó a conseguir la ansiada desvinculación de Gran Bretaña y que se titulaba justamente Common sense, sentido común (por cierto, traducido el 2009 al catalán por Riurau Editors). Es arma, pues, potente el sentido común. Pero por ahora, esta facultad debería servir para evitar radicalizar posiciones como respuesta a una espiral de actitudes negativas. Sentido común quiere decir resistirse a la dinámica acción-reacción entendiendo que esta es nefasta para la cohesión de una sociedad y para sus objetivos “patrióticos”. Si bien el ambiente de radicalización consigue alinear a los combatientes, deja desamparada a la gran mayoría de la población, atónita y perpleja ante la furia desencadenada. Al mismo tiempo, la radicalización descarna los temas estratégicos que cohesionan a un país y todo se vuelve arma arrojadiza: la lengua propia, el autogobierno, los intereses geopolíticos, la historia, la bandera… Todo se pone al servicio de la causa particular. De esto sabemos mucho en el País Valenciano.
En mi país, aunque generaciones enteras han vivido desamparadas de apoyo institucional y a contracorriente, se ha conseguido con sentido común no sólo resistir, sino perforar el acorazado escudo deflector de la política centralista y castellanizadora. Con intuición, tesón, lealtad y paciencia hoy, muchos alumnos que ingresan en la Universitat de València no tienen inconveniente en solicitar clases en la lengua propia. Por eso hoy, asociaciones como Escola Valenciana atraen a padres castellanohablantes justamente por su transversalidad, no por ninguna radicalidad. Por eso hoy, un conseller de la Generalitat valenciana es capaz de afirmar en Barcelona (19 de noviembre) que “la Comunitat Valenciana y Catalunya deben liderar la creación de un eje de progreso en torno al corredor mediterráneo que nos convierta en una pieza esencial y no lateral de Europa”, y por eso hoy la Federación Valenciana de Municipios y Provincias considera, atendiendo a lo planteado por la Acadèmia Valenciana de la Llengua, que “es el momento de dar un nuevo impulso al fomento del uso del valenciano”.
Es humanamente comprensible que algunas personas y grupos perciban que es preciso tocar a rebato. Es comprensible ante la desfachatez del adversario, pero no es razonable ni beneficioso. Y además de la política, no se debería abandonar el imprescindible esfuerzo en el escenario social, que es, por naturaleza, transversal. Robustecer el músculo de nuestras sociedades convenciéndolas de la necesidad y de la conveniencia, de lo valioso y de lo útil de una lengua propia o de una geopolítica propia no es radicalizarse, sino acercarse al centro de gravedad de la sociedad para transmitir ideas y valores mediante una actitud (tiene razón el ex president Pujol con su “IVA”) razonable y razonada. Por eso ha sido tan importante el editorial conjunto de doce diarios catalanes, seguido con atención (y personalmente con simpatía y envidia) por muchos ciudadanos del Estado.
Habría que pensar si caer en la tentación de la radicalización no es parte de una estrategia lanzada justamente con el fin de alejar determinadas posiciones del sentido común y del centro de gravedad de una sociedad para que otros se erijan en símbolo de moderación y sensatez.
Transversalidad en las propuestas, alianzas inteligentes entre grupos sociales y políticos, identificación de temas consensuables, proximidad al centro de gravedad de la sociedad y sentido común son recetas que deberíamos aplicar en estos momentos de turbación. La radicalización es, por ahora, sólo una opción.